Francia

Un paseo por el París más alejado de los tópicos

Por , 12 de mayo de 2015

Moda, arte, lujo, alta cocina, elegancia, baguettes… Como a muchos les ocurre, esos son algunos de los tópicos y mitos que adornaban mi imagen ideal de París antes de que me concedieran una beca Erasmus en un pueblo a las afueras de la capital francesa (Cergy, por si lo quieres buscar). Pero poco a poco esos tópicos y mitos se fueron cayendo y empecé a ver París como un ser humano, con sus virtudes y sus defectos, pero humano al fin y al cabo. Y pasé por todas las fases propias de una relación amorosa: la amé, me enfadé con ella, la odié, me reconcilié y, finalmente, la acepté tal cual es. Ella, por su parte, me dejó quedarme con algunos rincones a los que me gusta volver cada vez que la visito. Así que no esperes una guía tradicional de la ciudad (para eso ya hay un montón publicadas o alojadas en Internet), sino más bien un mosaico de momentos y lugares que, todos juntos, componen mi París.

Un picnic junto al Sena

panoramica pont neuf paris

Pont Neuf, Paris – Foto: Marc Desbordes

Hay muchos lugares para hacer un picnic en París, pero uno de mis favoritos es en un pequeño jardín justo en medio del río Sena. Para llegar a él, accede al Pont Neuf (no te dejes engañar por el nombre: el Pont Neuf o Puente Nuevo se llama así porque, en una época en la que los puentes de la ciudad eran de madera, este fue el primero que se construyó en piedra. En su momento fue el puente «nuevo», aunque ahora es el más antiguo) y baja por las escaleras que hay en el centro. Te encontrarás con un pequeño jardín que ocupa el extremo de la isla de la Cité, y si te sientas en el borde, con los pies colgando sobre el río, podrás disfrutar de un picnic mientras observas el ir y venir de los barcos que surcan las aguas del Sena y el bonito Pont des Arts frente a ti, con el Musée du Louvre a mano derecha.

Relájate, mira a tu alrededor, sorpréndete de estar en una ciudad como París y disfruta de cada bocado de la comida que muy probablemente hayas comprado en una pastelería aprovechando las formule que incluyen una pieza de pastelería salada, una pieza de pastelería dulce y un bote de refresco por menos de 10 euros. Y si después te apetece caminar, acércate al Pont des Arts, desde el que obtendrás una bonita fotografía del punto en el que te encontrabas antes.

Un té en una mezquita

Mezquita de París - Foto: Stephane Martin

Mezquita de París – Foto: Stephane Martin

Explicar cómo conocí este lugar es algo complicado, pero me apetece hacerlo ahora que se ha convertido en una de mis teterías favoritas de la capital francesa. Como te decía, estuve de Erasmus en un pueblo cerca de París, y una de las asignaturas que debía cursar era árabe. Digo «debía» porque en Murcia formaba parte de mi plan de estudios, pero en Cergy no se ofertaba. ¿Solución? Prepararla por mi cuenta. No sabía por dónde empezar, así que estuve buscando profesores particulares (carísimos), algún cursillo, etc., hasta que di con la madraza de la mezquita de París, que ofrecía cursos gratuitos. «¡Toma ya!», pensé yo, y en busca de la mezquita que me fui.

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Tetería de la Mezquita de París – Foto: Trevor H

Escondida entre las calles del 5º arrondissement (los barrios del centro se organizan en arrondissements numerados del I al XX y distribuidos en espiral según el sentido de las agujas del reloj), encontré una preciosa mezquita blanca y verde con un minarete de más de 30 metros que parecía sacada de cualquier país árabe. Buscando la madraza, me adentré en el edificio y recorrí los patios elegantemente adornados con fuentes y una vegetación exuberante: ¡no me creía que aún estuviera en París! También descubrí que en la esquina del edificio hay un salón de té, y, bueno, ya que me había dado el «paseo» hasta allí, ¿por qué no quedarme a tomar algo?

La tetería de la mezquita es un rincón especial, sobre todo cuando el tiempo acompaña. Antes de entrar al salón cubierto, hay un patio ajardinado donde te puedes sentar a tomar tu bebida y saborear unos dulces árabes mientras, entre el gorjeo de los pajarillos y el murmullo del agua, dejas la imaginación volar y te sientes transportado a otro lugar.

Un jardín diferente: Buttes-Chaumont

Desde parques y jardines de tamaño medio, como el coqueto Parc Monceau o el elegante Jardin du Luxembourg, hasta el inmenso Bois de Boulogne (más del doble del tamaño de Central Park de Nueva York y más del triple de Hyde Park de Londres), en París hay espacios verdes para todos los gustos. Pero ninguno resulta tan original y atractivo como el desconocido Buttes-Chaumont, en el 19º arrondissement. «¿Y por qué?», te preguntarás. Pues bien, antiguamente, donde hoy se ubica el jardín, había una cantera de yeso que los años y años de extracciones acabaron convirtiendo en un gran solar escarpado. Tras el cierre de la cantera, Napoleón III decidió transformar la triste colina en un gran jardín aprovechando el relieve natural para crear colinas, una cascada que se cuela por una gruta con estalactitas, un riachuelo y un lago sobre el que se alza un acantilado coronado por un templo de inspiración clásica a más de 60 metros de altura. Pinta bien, ¿no?

templo de Sibila buttes chaumont

Templo de la Sibila desde el lago en Buttes Chaumont – Foto: Phil Beard

Mi recomendación es que te bajes en la parada de metro Buttes Chaumont (línea 7 bis) y entres al parque por allí mismo. Ve caminando hasta llegar al sendero que conduce al templo de la Sibila, y una vez arriba, tómate unos minutos para observar la panorámica (¿ves la colina de Montmartre con la basílica del Sacré-Coeur a lo lejos?). Después, vuelve sobre tus pasos, déjate guiar por el sonido de la corriente de agua que fluye colina abajo y desciende hasta la parte inferior del jardín. Antes de ir al lago, que estará frente a ti, gira a la izquierda y entra en la gruta por cuyo techo se cuela el agua del arroyo que has visto antes formando una cascada de varios metros de altura. Por último, bordea el lago, sitúate frente al acantilado que sostiene el templete al que has subido al principio del recorrido y, simplemente, deja que tus ojos disfruten de la preciosa vista que aparece ante ellos, casi como si uno de los paisajes de Fragonard o Hubert Robert hubiesen cobrado vida fuera del cuadro.

Un falafel de vicio en Marais

rue des rosiers paris

Barrio judío (rue des Rosiers) – Foto: Andrea Schaffel

Nadie diría al pasear por las estrechas calles del Marais, llenas de elegantes edificios y mansiones, museos, tiendas de moda, galerías de arte, restaurantes, cafeterías y pubs, que uno de los barrios más chic de París era en sus orígenes una gran marisma. Sin embargo, el destino es caprichoso, y quiso que se decidiera secar la zona para convertirla en el lugar de residencia preferido de la nobleza de la ciudad de principios del siglo XVII. Las modas cambian, y un siglo después, con el traslado de la corte a Versalles, el Marais dejó de estar en boga y fue ocupado por artesanos y comerciantes. Pero no sería esa la última transformación, ya que desde finales del siglo XIX y hasta la Segunda Guerra Mundial varios miles de judíos asquenazíes que huían de Europa del Este se instalaron en torno a la rue des Rosiers, y a partir de los años 80 comenzó a desarrollarse en torno a la calle de Sainte-Croix-de-la-Bretonnerie la principal comunidad gay de París.

Uno de los mejores recuerdos que tengo del Marais son los deliciosos falafel de la calle des Rosiers. Los restaurantes más famosos son L’As du Falafel y Chez Hanna, y aunque puedes comer dentro, creo que la experiencia más auténtica es comprarse un falafel para llevar y tomárselo tranquilamente sentado en un banco en el cercano jardín de Square Charles-Victor Langlois. Se me hace la boca agua solo de pensar en ese inmenso bocadillo relleno de croquetas de harina de garbanzo, verduras y varias salsas que apenas te cabe entre las manos. ¡Ñam!

Un museo íntimo: Nissim de Camondo

Museo Nissim de Camondo Paris

Interior del Museo Nissim de Camondo – Foto: Ian McKellar

No me gustan demasiado los museos, ya que pienso que las piezas pierden su sentido cuando dejan de ocupar el lugar que en un principio se les asignó y pasan a llenar las estanterías y vitrinas de un cementerio de arte. Por suerte, aún hay museos en los que el arte sigue vivo, aunque escondan una historia de muerte y pérdida, como es el caso del Museo Nissim de Camondo. Moisés de Camondo era un rico banquero judío nacido en la segunda mitad del siglo XIX al que le fascinaba el arte del siglo XVIII, lo que le llevó a dedicar gran parte de su vida a decorar su mansión siguiendo el estilo de aquella época. La trágica muerte de su hijo, Nissim de Camondo, le impidió legarle su más preciado tesoro: el hogar que con tanto esfuerzo y pasión había creado. Así pues, Moisés decidió cederlo a la Unión de las artes decorativas para que lo abriera al público como museo. Solo puso una condición: que todo se mantuviera tal cual lo había dejado él. Y así ha sido.

Pasearse por la mansión de Camondo no es solo descubrir una residencia equipada con las modernidades del siglo XX pero cuyo aspecto recuerda al de un palacete del siglo XVIII, sino también descubrir la vida de Moisés, su pasión por el arte decorativo y la desafortunada historia de su familia. Nada pudo evitar el triste final, pero al menos su espíritu sigue vivo en esta mansión situada en el número 63 de la calle Monceau.

Por último, un paseo por la rive gauche

Palacio de Luxemburgo Paris

Palaix de Luxembourg – Foto: Giuseppe Moscato

Rive gauche, rive droite, cada uno tiene su preferida, y yo me quedo con la rive gauche, la orilla izquierda del Sena, y un paseo que nunca me canso de realizar. Siempre empiezo por la fuente de Saint-Michel, uno de los puntos de encuentro tradicionales en el centro de París. Desde ahí, bajo por el bulevar de Saint-Michel, que, al estar cerca de la universidad de La Sorbona, cuenta con varias librerías que colocan mesas en el exterior en las que se venden libros de todo tipo a partir de 1 €. ¡Una ganga! En la Place Edmond Rostand tienes dos opciones, subir por la calle de la izquierda hacia el imponente Panteón o bien girar a la derecha y entrar al Jardin du Luxembourg, una auténtica joya. Suelo decantarme por la segunda opción, comprarme un café para llevar y tomármelo junto al estanque central, frente al Palais du Luxembourg, un palacio construido para María de Médici (viuda de Enrique IV), que echaba de menos vivir en un palacio de estilo italiano rodeado de jardines como en el que pasó su infancia en Florencia (¡vaya, yo también quiero que me construyan una playa en Düsseldorf…!).

Si sales del jardín por la esquina noroeste y tomas la calle Bonaparte, llegarás a la iglesia de Saint-Sulpice, situada en una tranquila plaza que nunca está abarrotada de turistas. Muchos no saben que si Saint-Sulpice se libró de ser destruida durante la Revolución francesa, fue porque servía para hacer mediciones astronómicas y tenía, por tanto, una utilidad para la ciencia. Las gracias hay que dárselas al sacerdote Languet de Gercy, que como necesitaba saber cuándo se producían los equinoccios para predecir la fecha de la Pascua, encargó a un astrónomo inglés que creara un sistema de medición basado en un obelisco, una línea de latón que atraviesa el suelo y un sistema de lentes instalado en la ventana sur. Tras esta curiosa visita, sal de la plaza por la calle de Bonaparte y sigue hasta desembocar en la iglesia de Saint-Germain-des-Près, el corazón de uno de los barrios más agradables de esta orilla del Sena. Aquí mismo encontrarás las míticas cafeterías Les deux Magots y Café de Flore, puntos de reunión de importantes artistas, escritores e intelectuales del siglo XX, como Sartre, Simone de Beauvoir, Hemingway, Picasso y muchos más. Pero no te detengas aquí; bordea la iglesia de Saint-Germain-des-Près, toma la calle de l’Abbaye y camina hasta la calle de Buci, uno de los lugares más animados para sentarse a comer o a tomarse un café en cualquiera de las terrazas que se mezclan con puestos de flores, galerías de arte y diversos comercios.

Sí tienes pensado visitar la capital francesa, y quieres llevarte un recuerdo para toda la vida, no puedes perderte un paseo para recordar cerca de la Torre Eiffel

Foto de portada: Moyan Brenn